“A mi hijo mayor, por siempre”


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Abrió los ojos  un día cualquiera. Sí. Él. Vio la luz del alba en un lustro estival del Caribe. Y así nació y se crio. Caribe. En medio de un hogar humilde. Pero no por ello ausente de riquezas. Las suyas y las de sus familias. No fueron nunca materiales. Su honor. Su dignidad. Matizada de los más auténticos y vitales valores. Fueron tu vida. Tu actitud de vida. Desde muy joven aprendiste. A ganarte el pan. Con el sudor de su rostro. Tu gran dechado. En primera instancia. Dios. Tu madre. Tu hermana. No era para menos. Nunca escuché. De tus labios. A tu padre. Perdón. A otro padre. Porque sí. Oigo tu voz. Te veo. Te recuerdo. Te escucho. Soy tu padre. Lo fui siempre. Desde el día en que te conocí. Sí. Su imagen erguida estaba en él. La veía en mí. En su memoria. Era yo su padre: “Usted es mi papá, Gerardo”. “Pero es de aprecio y conocimiento, doña Ada, no es biológico”.

Y así ella lo levantó. Era un joven valiente. Humilde. Amigable. No barajaba pleitos. No era para menos. Luchador. Fajador. Optimista. Nació y se crio allá. En la Rivera del Haya. Un chaval inmenso. Sí.  Lleno de ímpetus desde su más temprana edad. Hijo único de dos. Su hermana y él. Su madre. Familia inmediata. Corta. Pero extensa. Ella. Su familia. Era el pueblo que lo vio nacer y crecer. Sumarse a las mejores causas. En favor del necesitado. Porque así fue él. Humilde. Sencillo. Sincero.

Lo vieron allí. Por primera vez. En las escalinatas de la Facultad de Humanidades. Ahí lo vieron. Subir con su frente en alto. Por vez primera. Conocido en su pueblo. Muy conocido. Por sus luchas. Desde su muy temprana adscripción al Partido Obrero. Su presencia en la Sede era agradable. Y lo fue para él. Lo vio. Sí. Logró aprobar con lauros altos. Sí. Su entrada a la academia fue meritoria. Ese día Marx, Saussure, Chomsky y Pedro Henríquez Ureña se regocijaron desde lo alto. Sí. Al ver a su fiel militante. Trascender al mundo académico de las letras. “Soy de San Francisco, Gerardo, de la Rivera del Haya. Amigo de Sixto, su alumno”.  

¿Cómo pudiera alguien pensar que te has ido de viaje? ¿A dónde? ¿Hasta cuándo? No puede ser. Con tantos proyectos pendientes ¡Ohhh! Prefiero pensar que no has sido. Vivo en un sueño. En un torbellino de nueves blancas. Sólo desvanecen con la rutina burocrática. Esa que engaña. Me hace disipar por momentos. ¡Ohhh, mi hijo mayor! Me duele el alma. No lo sé. Me duele tu olvido ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Cómo no poder llamarte?  ¿Ni recibir tu llamada? ¿Si aún escucho tu voz?
La oigo a diario. Grabada en mi propia memoria. Y en la de mi celular: “La morfosintaxis, Gerardo, ha acabado con mi voz. No puedo cantar. Que cante Mayra. Dígale a Belkys”. “Nos iremos de viaje, mi familia y yo. Es que trabajo mucho, Gerardo. Por eso me voy de viaje con mi esposa y con mi hija. Para Cuba, Gerardo”.

No puedo olvidar ¿De qué forma? ¿Si aún vives entre nosotros? Aquel sancocho leñero. La onomatopeya que saliendo de tus pulmones describían sonoramente los borbollones del agua en plena ebullición: “Oiga como hierve: plo, plo, plo, plo”. “Gerardo, nos iremos con la familia para la presa de Taveras a fin de año.  Llamaré a Carlos Ventura, a Rsa Urania, María Espinal, a Mayra, A Belkys… “Traiga a Irkania y a Jacqueline…”. “Invite a Elvira, a Gerardina y a Rosa…”. Ya usted sabe, esa fiesta es para usted”. “Siga así, Gerardo. Aquí lo quieren mucho, Gerardo”.

El día en que leí esa noticia. Esa perversa y falsa noticia. No lo pude creer ¿Cómo podría conceptuarlo? Era un mensaje de texto. En un grupo de Whatsapp. Me hallaba en el Occidente. En mi lejano occidente dominicano: “Aparatoso accidente que involucra al profesor Elvido Lora, de la UASD…”. Tenía toda la seguridad de que te levantarías. Que todo aquello habría sido momentáneo… A pocos días. Te vimos allí. Tendido. Te hablamos. Te recordaba todas nuestras anécdotas. Te hablé de tus propias historias y proyectos. De tu amada esposa. Del brillo de tus ojos: tu hija. Te recordé nuestros planes. Tú no respondías. Al menos. No proferías sonidos. Pero sí. Parpadeabas. Vez tras vez. Como si me escucharas. Salimos reconfortados. Esperanzados. Confiados en la fuerza de tu ímpetu. En la divina providencia. En tu juventud. En tu coraje para afrontar las situaciones de la vida y de la muerte.

Y así ha sido. Has vencido. Ahora eres grande. Sigues vivo entre nosotros por siempre, Elvido Lora Abréu, “Mi hijo mayor, por siempre”…

Por Gerardo Roa Ogado
Tu papá


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